viernes, 18 de marzo de 2016

Relato 15 - Retrato de un moroso


Llevaba traje, gafas de pasta, sonrisa de postín y manos limpias. Dejó aparcado su coche de gama alta en el sitio habilitado del Hotel donde había quedado con Irene. Había sido él quien había contactado con Irene para abordar un proyecto colaborativo. La primera vez que se conocieron, él le contó que estaba estudiando inglés en su tiempo libre, en una de esas Escuelas de Idiomas de la ciudad. Esta vez, él, con esa sibilina impostura con la que pretendía mostrarle al mundo y a ella su actitud renovadora, su don de gentes, su entendimiento sobre los nuevos paradigmas de las relaciones profesionales en los que se derriban las tradicionales jerarquías y barreras generacionales, en su exposición oral, entremetía palabras como win - win, y otras de esas moderneces catetas que a Irene , que tenía ciertas manías lingüísticas, le producían risa interior, por no decir, tristeza en lo tocante al castellano.

Durante la ejecución del trabajo, él mostraba por correo electrónico, esas formas que seguro había aprendido en algún curso de inteligencia emocional o programación neurolingüística. Siempre educado, agradecido, intentando asumir un papel de liderazgo, animaba a su talentoso equipo, que estaba conformado por un grupo de jóvenes creativos y ultraperseverantes. Utilizaba mucho las palabras compartir, equipo - e incluso equipazo - excelente, abrazos y todo ese buen rollismo que estaba de moda en el siglo XXI. 

El día en que finalizó el trabajo, él, queriendo seguir mostrando su personalidad "arrolladora" y pseudocarismática, invitó a todos a una comida que pagó de su bolsillo - no se sabe después si recuperaría el dinero cuando el cliente pagara -.

Se habían conseguido más del 200% de los objetivos inicialmente marcados. "El equipazo" recibió posteriormente, otro de esos correos que él solía enviar a menudo, de agradecimiento, de sentimiento de orgullo; con olor a optimismo, con sabor a frescura.

Habían pasado 6 meses desde la finalización del trabajo, e Irene aún no había recibido el pago de la factura. Él seguía con su vida, viajando por el mundo, con su traje de chaqueta e incluso ejerciendo el papel de "gurú" tuitero, de lúcido, de renovador, de innovador, de optimista, de de de de y a las llamadas de Irene o a sus recurrentes correos electrónicos, respondía siempre con alguna disculpa, postergando fechas e incluso teniendo la indecencia de responder con frases del tipo "un abrazo desde Santiago de Chile".

Cuando Irene le dijo que le pondría una demanda, el cínico respondió con algo que ya parecía tener previamente muy estudiado: "Tú puedes poner una demanda si quieres pero yo no me estoy negando a pagarte". Y ahí vivía Irene, en un país cuyo artículo 18 de la Constitución decía: " Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen. El domicilio es inviolable, etc.". E Irene se acordaba de su amigo Manolo de 70 años, ese hombre de campo que emanaba sabiduría por los poros, cuando una vez le dijo, "la vida aquí está hecha para golfos y maleantes". A ella le encantaba hablar con gente como Manolo. Manos sucias, dinero limpio.