Ayer tuve la oportunidad de ver la película “Rompiendo las olas” del director danés de cine Lars Von Trier. Rodada en el año 1996 y de 159 minutos de duración que no se me hicieron largos.
Bess es una joven dulce e ingenua que vive en un pueblo - puritano
en lo religioso - de la costa de Escocia. Jan es un hombre aparentemente vividor
y mundano; y cuando escribo mundano, me acuerdo de Gep Gambardella y La Gran
Belleza. También, aparentemente mundano pero profundo.
Bess y Jan se casan y no voy a desvelar más de
la película. Esa escena en el servicio del banquete de la boda ya deja entrever
quién es Bess. Tengo teorías sobre que en las parejas suele haber uno que es el
amante y otro que es el amado. El predominantemente dador y el predominantemente
receptor. Me debato sobre ¿qué es mejor? ¿Ser amante o ser amado? Siempre he
defendido la postura de ser amante. Considero que no hay mayor desgracia que no
ser capaz de amar. Llámame romántica. Hace muchos años que pienso y observo
sobre esto. Con esta película, vuelve mi debate interno. Bess es la amante. ¿El
amor todo lo puede? Apuesto a que sí pero, ¿quién tiene la capacidad de amar de Bess? Qué
poca gente conozco. Esa entrega. Pero dónde está también ese punto entre amar
al otro y autocuidarse. Tengo la idea de que siempre gana el que más ama,
aunque se muera. Una vez lo dejé reflejado aquí pero ¿amar está sobrevalorado? En realidad, diría que existe un prototipo de “persona
amorosa”. Persona que vive predominantemente en ese nivel y casi que le resulta
inevitable no hacerlo. Ha nacido para amar. Ésa es Bess. Amor
hacia Jan pero también, derroche de amor por los cuatro costados. Qué bien hace
ese papel la protagonista. La mirada de una niña en la cara de una adulta. La
ilusión y el loco entusiasmo amoroso. La dedicación de tiempo. La felicidad
absoluta con la mera existencia del otro. La renuncia que no es vivida como
renuncia porque le basta la presencia del otro. Mucha potencia. Mucha emoción. Terminé
conmocionada y aún me dura.
Lo escribe: PAZ HERNÁNDEZ PACHECO