Se acerca
la época navideña y he decidido escribir este post a propósito de esa señalada
fecha en la que cada año se repite lo mismo; con quién vamos a cenar en
Nochebuena, con quién en Nochevieja, qué menú vamos a preparar, qué regalos
vamos a comprar, cenas de empresa, cenas con ex compañeros y estampas
callejeras de gente que aprovecha las fechas para desinhibirse un poco del
teatro diario – en honor a mi amiga Fátima - y colocarse un gorro de Papá Noel
en la cabeza, por no decir, una peluca fluorescente.
Llega, además, el momento del reencuentro familiar. Recuerdo cuando el año pasado, Elsa Punset hizo una propuesta, que podría considerarse una especie de experimento sociológico. Propuso una ruptura con el rol tradicional que cada uno de nosotros ejerce de forma habitual en estas fiestas. Me gustó mucho la idea. Si eres el supuestamente ridículo de la fiesta, podrías este año ser el simpático, si eres la alegría de la huerta, podrías este año esperar a que te alegraran a ti, si eres el que suele cocinar, que te cocinen este año, si nunca te atreves a arrancarte con canciones que amenicen las cenas, hazlo estas navidades. Se trata de romper un poco con esos cartelitos que nos suelen colgar y que siempre estamos arrastrando.
Potenciar el “yo” incluso el “ello” – por qué no - frente al “superyó” o lo que se espera de nosotros que argumentaba Freud. Además, es curioso observar cómo tus familiares se sorprenden ante comportamientos insospechados procedentes de ti.
Llega, además, el momento del reencuentro familiar. Recuerdo cuando el año pasado, Elsa Punset hizo una propuesta, que podría considerarse una especie de experimento sociológico. Propuso una ruptura con el rol tradicional que cada uno de nosotros ejerce de forma habitual en estas fiestas. Me gustó mucho la idea. Si eres el supuestamente ridículo de la fiesta, podrías este año ser el simpático, si eres la alegría de la huerta, podrías este año esperar a que te alegraran a ti, si eres el que suele cocinar, que te cocinen este año, si nunca te atreves a arrancarte con canciones que amenicen las cenas, hazlo estas navidades. Se trata de romper un poco con esos cartelitos que nos suelen colgar y que siempre estamos arrastrando.
Potenciar el “yo” incluso el “ello” – por qué no - frente al “superyó” o lo que se espera de nosotros que argumentaba Freud. Además, es curioso observar cómo tus familiares se sorprenden ante comportamientos insospechados procedentes de ti.
A propósito
de la familia, hay dos películas que destacaría:
Familia (1996),
la primera película del director español Fernando León de Aranoa, quien
escribió el guión y que fue producida por Elías Querejeta; con este
largometraje, el creador fue premiado con un Goya a director revelación. También
fue galardonado en los festivales de Angers y Miami – mejor película y mejor
actor protagonista - y obtuvo los
premios de Sant Jordi y del Círculo de Escritores Cinematográficos y así como
el de mejor director novel en el Festival de Cine de Valladolid.
La historia
la protagoniza Santiago – Juan Luis Galiardo -, un hombre de 55 años que se
levanta el día de su cumpleaños rodeado de una familia compuesta de muchos
miembros, que le muestran su amor, colmándolo de regalos. Sin embargo, a medida
que la película avanza, aparecen los rituales típicos de cualquier familia que
se preste; broncas, tensiones, afectos, incomunicación, miradas, encuentros,
desencuentros, juicios, lucha de poderes, mentiras, hipocresía y todo el menú
variado que cualquiera de nosotros ha experimentado alguna vez dentro de la sacrosanta
institución familiar.
Lo que
tienes como familia, y lo que te gustaría tener. En cierto modo, el director habla
sobre la utopía de elegir quiénes son y cómo deberían ser los miembros de tu
familia. Denuncia además ciertos comportamientos miserables que se dan dentro
de la institución; por otra parte, también invita al público a cuestionarse
sobre la eterna pregunta – qué es mejor, estar solo o mal acompañado -. Para
mi, la mejor película de Fernando León de Aranoa.
3 días con la familia (2009), de la cineasta catalana Mar Coll y
protagonizada por, en mi opinión, uno de los mejores del cine español, Eduard
Fernández. Una de las protagonistas, Léa – Nausicaa Bonnín – tiene que viajar a
Girona pues su abuelo paterno, acaba de morir. Allí se reencuentra con su
familia, con la que casi no ha tenido contacto desde que se marchó a vivir al
extranjero. La película muestra la convivencia forzada de los hijos del
patriarca, entre los que se encuentra, Eduard Fernández. Las apariencias de una
burguesía conservadora que muestra evidentes problemas internos de comunicación,
autenticidad, dependencia pero no abordados de una manera explícita.
Tras la
muerte del patriarca, llegan los problemas de conciencia. Quién hizo más por el
fallecido, quién permaneció al margen, etc. momentos críticos en los que se
muestra la verdadera personalidad de cada uno de los miembros de la familia. Además,
de otros rituales habituales como las funerarias, las reuniones familiares tras
la muerte de alguno de sus miembros, los discursos obsoletos llenos de promesas
de unión, que se quedan en eso, promesas, etc. Un cine descriptivo y sin
demasiado dramatismo.
Y es que,
como le recuerda Kakuro Ozu a la portera Reneé haciendo alusión a Anna Karenina de Tolstoi
en la película El erizo
“Todas las familias felices se
asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo”
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