domingo, 12 de enero de 2014

Relato 7 - Un miércoles veraniego

Era el primer verano que Irene pasaba en solitario en el pueblo. Sus padres y ella vivían en otra ciudad que se encontraba a una hora de distancia y ese año, sus padres tenían que quedarse allí porque el padre de Irene no tenía vacaciones debido a que estaban haciendo remodelaciones en la plantilla y se había acumulado el trabajo.
Irene tenía 17 años. Le encantaba ir al pueblo en verano. Tenía una pandilla de amigos divertidos, podía ir a la piscina cada día, a veces iba a comer paella y a tocar la flauta al campo de su amiga Patricia, donde se pasaban las horas en los sillones situados bajo la higuera y por donde pasaban muchos de sus amigos. Jugaban a las cartas, comían cortes helados de chocolate y vainilla, bebían alguna cerveza, reían, se bañaban de noche en la alberca que había en el campo, hacían remolinos en el agua y eran felices. El mundo era para ellos.
Casi todas las noches iban un rato a uno de los bares del pueblo, el Lucas, que tenía un patio en el que muchos días jugaban a los dados y donde escuchaban la música que les gustaba.
Irene vivía en una casa que tenía un portón, por donde entraban todos los vecinos, y una puerta dentro, por la que entraba a su casa. Un miércoles, estando en el Lucas, con su amiga Patricia y otra conocida, Silvia, con la que también jugaba a los dados, sonó un ruido fuerte dentro del bar. Ellas estaban en el patio. Entraron a ver qué ocurría y resultó que había habido una pelea entre dos chicos, uno de ellos, hermano de Silvia. Uno le había dado un botellazo en la cabeza a otro, y el hermano de Silvia, Agustín, sangraba intensamente. Eran las 2 de la mañana de un miércoles cualquiera, y Silvia se puso a llorar. Irene y Patricia se quedaron consolándola y cuando todo se había calmado, eran las 5 de la mañana.
Irene corrió a casa, algo angustiada, con miedo de que los vecinos les contaran a sus padres que se había recogido a las 5 de la mañana un día de diario. Llegando a casa, se dio cuenta que no tenía llave del portón, y en bajito, susurró el nombre de Elena, que era una vecina de arriba, amiga suya, a ver si le escuchaba y le tiraba la llave del portón. Elena no asomaba e Irene decidió marcharse a buscar a Patricia para dormir esa noche en su casa, pues no quería hacer más ruido.
Para disimular, a la mañana siguiente, sabiendo que su vecina de enfrente estaría barriendo la calle cuando ella llegara a casa, compró unas cajas de leche en el supermercado, para simular que venía de comprar.
A mediodía, salió al patio a tender la ropa, y su vecina de enfrente le miró misteriosa, y susurrando le dijo: “¿Y Elena?”; e Irene supo que quizá el chollo veraniego había terminado.


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