junto a la mesa de madera.
El corte de helado de nata y fresa.
El remolino en la alberca,
la flauta en el agua.
Los perros,
el Negro, el más salvaje.
Las pieles suaves,
bañadas de sol,
se rozan,
entran y salen del huerto de B.,
rezuman vida.
La música siempre de fondo,
bajo la higuera.
Las paredes de Jamaica,
envolviendo al piano.
Jugar a los dados,
beber cerveza en El Perejil,
ir a conciertos,
llegar tarde entre semana.
El brillo en los ojos,
el hambre de vida,
la risa infinita,
los labios mojados.
Es el verano adolescente.
Paz Hernández
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